viernes, 17 de octubre de 2008

1 La peritonitis, esa gran hija de peritoneo

El peritoneo es un pellejillo que recubre las tripas abdominales y la pared interna de la barriga, cual alicatado viscoso del cuarto de baño del cuerpo. Crea así una cavidad con el original nombre de “cavidad peritoneal”, en la que segrega una cantidad pequeña de lubricante, para que los intestinos se muevan y contraigan sin rozarse mucho.
Como puede deducirse de su propio nombre, “peritonitis” significa “inflamación del peritoneo”. Es importante hacer notar que inflamación no es lo mismo que infección. Inflamación es una respuesta que tienen nuestros tejidos ante las jodiendas externas, de la que se encarga nuestro hermosote sistema inmunitario, y que se traduce en los cuatro signos de Paracelso: se hincha, se enrojece, se pone caliente y (aquí se corta el rollo para la mayoría) duele. Infección, esa sí es fácil, es cuando un bicho decide okupar una zona del cuerpo (¡un antibiótico, una okupación!). Claro, en una persona con su sistema inmunitario normal, la infección provoca una inflamación, por lo que suelen ir de la mano.
1. Las Causas de la Peritonitis.
La peritonitis es, por lo tanto, la respuesta que tiene nuestro cuerpo a cualquier jodienda que le toque el peritoneo. ¿Y qué puede tocarnos el peritoneo? Pues básicamente bichos o no bichos.
Las peritonitis provocadas por bichos son las peritonitis bacterianas (lógico, ¿verdad?). Podemos distinguir entre ellas dos tipos: las primarias y las secundarias.
Las primarias no se refieren a las elecciones en los Estados Unidos. Significa que la infección se da porque sí, no como consecuencia de otro suceso. La práctica mayoría de las peritonitis bacterianas primarias ocurren cuando el señor o la señora tienen ascitis. Ascitis es una palabrota (¡no la digáis delante de vuestros padres!) que significa “mucho líquido en la cavidad peritoneal”, es decir, el espacio que formaba el peritoneo en nuestra tripa se hincha de agüilla cual globo durante una batalla veraniega. Imaginaos por un momento vuestra tripa, hinchada de líquido hasta haceros parecer un sapo, y en su interior los intestinos flotando cuales salchichas. Ahora que habéis vuelto de vomitar, continúo. A la peritonitis bacteriana primaria se la llama “espontánea”, porque ocurre así, espontáneamente. Imaginaos a un espontáneo de los que se lanzan desnudos al campo de fútbol, pues esto es algo parecido: al estar tan hinchado todo, la pared del intestino está algo tocadilla, y las bacterias que suelen estar como visitantes en el interior del tubo se lanzan a la cavidad, desnudas y corriendo. En otro momento la seguridad del campo (en este caso las células del sistema inmune) cogería a las bacterias espontáneas y se las llevarían. Pero imaginaos uno de esos partidos realmente problemáticos con dos hinchadas furiosas intentando darse de palos, los jugadores metiéndose de tortas y el árbitro refugiado en el foso: estando la barriga como está de hinchada, habiendo tantas bacterias haciéndose las espontáneas, y estando el sistema inmunitario algo perjudicado, pasan suficientes como para okupar la cavidad peritoneal y, fundamentalmente, dar mucho la lata. Claro, la policía del cuerpo se lanza a intentar sofocar la revuelta, y aunque no es muy eficaz en ese momento, si sacamos esa agüilla y la ponemos en el microscopio veremos a los policías por todas partes, dándole de bocaos a las bacterias. Por eso los mediquitos diagnosticamos la Peritonitis Bacteriana Espontánea por el número de policías (“polimorfonucleares”) que encontramos en el líquido de la ascitis.
Las secundarias son más frecuentes. Como secundarias que son se producen porque antes ocurrió algo que lo permitió. Siguiendo con la metáfora del partido de fútbol, lo que ocurrió fue que la valla de contención se rompió, entrando hinchas de los dos equipos (anaerobios y aerobios, dos tipos de bichos que hacen daño de formas distintas, necesitan ser tratados de formas distintas y son detenidos por el cuerpo de formas distintas). Es decir: la perforación del peritoneo hacia un lugar lleno de bacterias es la causa de que la cavidad peritoneal se llene de bacterias (de Perogrullo, vamos). El sitio más lleno de bacterias que os podáis imaginar es el intestino, así que cuando se abre un boquete en el intestino se tiende a producir una peritonitis bacteriana secundaria. ¿Y cuándo se abren boquetes en el intestino (y ya puestos en todo el tubo)? Las causas son muchas, pero por señalar las más frecuentes tenemos la apendicitis de toda la vida y la úlcera perforada, o lo que es lo mismo: la perforación de una víscera hueca (porque si es maciza, tipo hígado, poco va a salir de ahí).
En este caso la infección puede ser localizada o difusa. Decimos que es difusa cuando los bichejos okupan toda la cavidad, y localizada cuando sólo una parte. Es lógico pensar en la difusa, pero la localizada depende de un nuevo trozo de carne: el epiplón. El epiplón es un montón de grasa que cubre al intestino como si fuera un delantal. Tiene la capacidad de moverse (blup, blup), y lo hace cuando nota que algo no va bien, taponando la zona que está jodida. Así , una perforación de una apendicitis (por ejemplo) queda cubierta, y aunque las bacterias salgan a la cavidad, el tapón que es el epiplón evita que se extiendan por todo el peritoneo.
Ahora bien, no siempre son bichos los que producen la inflamación. ¿El qué, entonces? Os preguntaréis. Bien, el peritoneo es como un viejo medio sordo y huraño: es muy irritable, y si ocupan su cavidad cosas que no deberían estar allí, se irrita y se inflama. Y me refiero a líquidos del propio cuerpo que no tendrían que estar por la zona, como sangre, orina, bilis o jugos gástricos. También podría ser que algún médico olvidadizo dejase alguna gasa o un algodoncillo olvidado, cosa que también lo irrita profundamente (¡malditos jovenzuelos, me dejan toda la cavidad llena de porquería!). Entonces se produce una peritonitis no bacteriana o aséptica. Por último hay una causa un poco menos imaginable: hay una serie de enfermedades en las que el sistema inmunitario, agilipollao perdido, ataca al propio cuerpo. Entre ellas está el famoso lupus que tanto nombra Foreman, pero hay otras. Si una de estas enfermedades, llamadas “autoinmunes” por motivos obvios, le da por hacerse la graciosa provoca una inflamación en el peritoneo, pensando que es el propio peritoneo el que pretende hacerle la jodienda al cuerpo.
2. Cómo Se Siente.
Como es de imaginar, tener todo ese pellejo inflamado no es agradable, ni mucho menos. Lo primero que siente la persona es dolor, pero un dolor de verdad, un dolor de los que hacen época. Los músculos de la tripa, inteligentes ellos (nótese el sarcasmo) responden ante la agresión de la única forma que saben hacer los músculos: se contraen. Y se contraen tanto que dejan la barriga dura como un trozo de madera (que los mediquitos llamamos por su nombre técnico: “vientre en tabla”; sí, todavía seguimos en el sarcasmo). Por otra parte los músculos que el dan vidilla a los intestinos hacen todo lo contrario, se quedan quietos, acojonaos ante lo que les rodea, y todo el proceso de llevar los restos para afuera se para. Claro, cual autovía en hora punta se empiezan a acumular restos y gases, y a hincharse la tripa. En todo esto, el pobre señor o la pobre señora tendrán pocas ganas de ponerse a rehidratarse, y de hecho es más probable que tienda a deshidratarse vomitando sobre familiares y amigos, mientras los líquidos del intestino no pasan a sangre, como debería ser, sino que se quedan allí atrapados. Consecuencia lógica: el paciente se deshidrata. Claro, el líquido es importante para vivir, o eso dicen, sobre todo para mantener la sangre a tono. Como el cuerpo no sabe medicina, cuando empieza a escasear el volumen de sangre responde de la misma manera sin importar la causa: el corazón late más rápido (taqui, rápido; cardia, corazón ¡vivan las lenguas muertas!), se cierra el grifo hacia zonas menos necesarias (no es momento de tener la piel rosadita, se queda paliducha; tampoco es plan ponerse a mear, los riñones se quedan sin riego; el bazo se vacía, pero a nadie le importa demasiado; etcétera). A pesar de las medidas tomadas, la deshidratación avanza, así que las arterias se vacían, y como los físicos dicen que el volumen y la presión están relacionados, y las arterias son muy crédulas, cae su presión (que, como habrán adivinado los más avispados, es la presión arterial). Así llega el paciente, pálido, con un dolor que no te cagas (porque los intestinos están en huelga), deshidratado, hipotenso y taquicárdico; con la barriga como una tabla de dura, hinchada, y sin escuchar que las tripas hagan su trabajo.

La peritonitis es una enfermedad que pone al paciente en lo que se llama “riesgo vital”, o lo que es lo mismo, se puede morir uno de eso. Espero que tras este artículo hayan quedado claras las cosas principales acerca de su naturaleza, su origen y sus consecuencias. Y recordad, niños, ¡no os perforéis una víscera hueca en casa!

1 comentario:

Josseiris Cuevas dijo...

¡Escribe más!,
Saludiitos!●๋•